11 de febrero de 2022

Semana Santa

TRADICIÓN DE LA SEMANA SANTA

En la ciudad de Antioquia la Semana Santa es tal vez una de las pocas tradiciones que dejara el pasado, que aún subsiste y conserva su esplendor. Para ello se dan las condiciones más propicias, puesto que cuenta con una antiquísima imaginería de alta calidad artística y de un elenco de selecta música sagrada propia para las diferentes ceremonias, sumadas al hecho de ser la Sede Arzobispal de una importante provincia eclesiástica, que le imprime su natural imponencia a todos los actos. Es la época de la cita de los antioqueños ausentes, en la que participan todas las capas sociales, tomando parte en ella no sólo las gentes de edad madura, sino también la juventud y aun la misma niñez estimulada, en buena parte, por la también tradicional Semana Santica, una réplica a lo vivo de la primera.

Juan Martínez Villa

DOMINGO DE RAMOS

Semana Santa
Borriquita

La Semana Santa se inicia con la procesión del Domingo de Ramos. Una a las que la Iglesia le da mayor contenido litúrgico, que rememora la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y sale del templo de Jesús, hacia la catedral, en medio de una calle profusamente adornada de palmas y llena de fieles, que portan también ramos. Gran solemnidad le da la participación en ella del señor arzobispo, el Capítulo Metropolitano y el Seminario Conciliar. Como único paso desfila el Señor montado en la burra, un conjunto escultórico que infunde imponencia y simpatía, formado por el Señor que hace parte del Apostolado, del que se hablará más adelante, y la burra, tallada en madera pintada, obra de Juan Bautista Osorio, de fines del siglo pasado, quien debía no sólo saber de escultura, sino también de razas equinas, por la habilidad con que fue ejecutada. Es tradición, con muchos visos de verdad, que anteriormente el Señor salía sobre el lomo de una acémila de carne y hueso, que en alguna ocasión hizo una de sus necesidades corporales en plena catedral, ante el estupor de la concurrencia, lo cual dio ocasión a su relevo y que se adoptara la forma que hoy subsiste.


MARTES SANTO

semana santa
Caido

El Lunes Santo se celebra oficios religiosos en la catedral y en otras iglesias, pero no hay procesión. La del Martes Santo en la noche sale y regresa al templo de Santa Bárbara. Durante su recorrido se hace el ejercicio del vía crucis y es una de las que más recogimiento despierta. La calle donde está situada la iglesia y por la cual la procesión en gran parte desfila, debe su nombre de Amargura precisamente a esta circunstancia. Aunque en ella participan siete pasos, la imagen del Señor Caído embarga toda la atención y es objeto de especial devoción, que se remonta a muchos años atrás. La magnífica imagen traída de España hacia 1745, por el padre Josephs de Guzmán, fue destruida en el incendio de la iglesia, en 1970. Era un típico ejemplar de la Escuela de Martínez Montañez, de rostro ensangrentado y jadeante, cuyo cuerpo vencido bajo el peso de la cruz producía un gran impacto a cualquier observador, por desprevenido que fuese. La actual fue ejecutada por el conocido escultor español Octavio Vicent Cortina, catedrático de la materia en la Universidad Central de San Carlos (Madrid) y autor de célebres obras, no solamente en España, sino también en otros países europeos. Un hombre poseedor de una gran cultura. A este propósito recuerdo muy bien cuando le mostré las fotografías de la imagen anterior, que observó detenidamente y admiró muchísimo, preguntándome enseguida cómo la llamaban, y al contestarle que se conocía con el nombre del Señor Caído, me respondió: «Pero el Señor cayó en tres ocasiones y por lo que ellas muestran, la imagen correspondía a la tercera caída, es decir, a la novena estación». En la procesión sale también la Virgen de las Angustias, una especie de Pietá, que ha permanecido relegada a un segundo plano por la sombra que obviamente le hace la Virgen de los Dolores de que se hablará más tarde.

Es una imagen que muestra la rigidez de la escultura gótica y una llamativa pigmentación, que no deja de tener su mérito y despeñar interés. Fue traída por el presbítero Gonzalo Lazo de la Vega en 1746, a pesar de lo cual, por varias características, da la impresión de ser mucho más antigua su llegada a esta ciudad. Otra imagen que merece anotarse es la del Señor de la Columna (primera mitad del siglo XVIII), que fue objeto, hace algunos años, de una desafortunada restauración, no obstante la cual, deja ver lo que artísticamente vale, con la elegante postura de su cuerpo curvado y su rostro de mansedumbre edificante, como muda respuesta a la implacable sevicia de la flagelación.


MIÉRCOLES SANTO

Mi Padre Jesús

La procesión del Miércoles Santo sale y regresa a la iglesia de Jesús y de ella forman también parte siete pasos, dos de ellos de gran calidad: el Señor de la Peña y Mi Padre Jesús. La Peña, como generalmente se le conoce, sentado, con una caña en las manos que remeda irónicamente un cetro y ha sido objeto de toda clase de escarnios, permite apreciar hasta qué grado de maestría llegó el barroco para reproducir tan fielmente aquel instante de absoluta desolación en que por encima de su cuerpo y rostro lacerados, se adivina la infinita grandeza del Hijo del Hombre. El paso de Mi Padre Jesús es uno de los mejores grupos escultóricos con que cuenta la Semana Santa y domina el ambiente de la procesión de esa noche. Corresponde a la V estación, en que mientras el judío anuncia con la corneta la presencia del reo, camino del Calvario, queda clara señal del desfallecimiento ante el inmenso peso de la cruz, y Simón Cirineo se dispone a ayudarlo, movido de compasión. Como en los cuadros de los primitivos pintores flamencos o en los sayones de Gregorio Fernández o Francisco de Rincón, la burda y grotesca estampa del judío realza las figuras nobles del paso. El Señor muestra en su rostro todos los sufrimientos físicos y morales que en aquel momento lo afligen, en tanto que un vigoroso hombre de edad madura, cara adusta y solemne y elegante y sueltos ademanes, propios del garbo y la soltura andaluzas que Laboria imprimía a sus imágenes, se apresta a cumplir con una de las más meritorias obras de misericordia que el Maestro enseñara durante su vida pública: socorrer al desvalido. Es un paso que por su composición, porte y fuerza deja satisfecho a cualquier exigente crítico de arte.


JUEVES SANTO

Cristo del Calvario

La procesión del Jueves Santo es la mayor de cuantas tienen lugar, tanto por su recorrido, el número y variedad de pasos que asciende a 14, su presentación y aspecto musical como por la inmensa cantidad de público que atrae, que hacen de ella el punto culminante de la Semana Santa. En este día se presenta toda pasión, con pasos que han salido anteriormente y otros que lo hacen por primera vez, que  confluyen al atrio de la catedral para iniciar el recorrido oficial. Desde el punto de vista de su organización es la que más se asemeja a las de Sevilla, con la diferencia de que mientras en la de aquí el desfile oficial se inicia en la catedral, en la sevillana, por el contrario, termina en ella. Se abre el recorrido con el paso del Apostolado, es decir, de la Ultima Cena, que consta de 13 imágenes de tamaño natural, el Señor y los 12 apóstoles, sentados alrededor de la mesa en el momento en que el Divino Maestro instituyó el Sacramento de la Eucaristía, eje de irradiación del culto católico. Es el grupo escultórico más importante que existe en el país, casi completamente desconocido y una de las mejores expresiones de la alta calidad alcanzada por la imaginería quiteña en el siglo XVIII. Un paso que a sus grandes proporciones, se suma el abigarrado atuendo de los vestidos de las imágenes, cuyas capas movidas por el viento le dan una gran vistosidad. Fue donado a la ciudad de Antioquia por la municipalidad y cuenta la  tradición que ante el incumplimiento del artista en terminar la obra, se dio orden de llevarlo a prisión, a fin de que forzosamente la concluyera en la cárcel, en venganza de lo cual, para sorpresa de todos, le acomodó a Judas el rostro del gran oidor. La Oración del Huerto corresponde al primero de los Misterios Dolorosos del rosario.

Instituida la Eucaristía y terminada la Cena, Jesús acompañado de tres de sus discípulos se dirige al Huerto de los Olivos, escenario de grandes hechos con que se inicia su pasión y muerte, y alejándose un poco de ellos se sume en profunda oración.

Es entonces cuando el arcángel Chamuel, el mismo que luchó con Jacob, le presenta simbólicamente en un cáliz todo el dolor y la amargura que le esperan desde el momento en que Judas lo entregue en manos de sus enemigos, que El, en un sublime acto de sumisión total a la voluntad del Padre, acepta incondicionalmente, para que se cumplan los altos designios de la redención del mundo. El Señor que forma parte del paso, donado por don Antonio Gómez Campillo en la década de los años treinta, es una imagen bastante bien realizada por la Escuela de Envigado en mejores años y reemplazó a la anterior, destruida por la acción del tiempo.

El arcángel tiene el mérito de su gran antigüedad que se remonta hacia fines del siglo XVII, o principios del siguiente. Tradicionalmente, el paso ha sido decorado con una gran profusión de granadas, fruto simbólico de la unidad del universo, probablemente en alusión a los atributos de unidad y universalidad que le son propios a la Iglesia Católica. La imagen del Cristo que está en el altar mayor de la catedral es la figura central de la procesión. Traída de España por el padre Francisco José Laserna Palacio en 1670 lleva arrodillada a sus pies a la Magdalena y al lado derecho a San Juan, formando un conjunto que despierta instintivamente un sentimiento en que se conjugan simultáneamente la admiración, el respeto y la devoción.

Se trata de una talla de madera policromada de tamaño natural, de gran armonía anatómica, cuya cara refleja la serenidad de la muerte y cuyo cuerpo, de una pigmentación violácea, insinúa el principio de la lividez cadavérica, signo inequívoco de una verdad irrefutable: su muerte real, la cual confirma toda una tradición profética que desde el mismo paraíso terrenal anunciaba que la vida del Hijo de Dios sería el precio del rescate del hombre, del cautiverio en que lo había sumido el pecado. Otro de los grandes pasos que completan esta procesión es la Virgen de los Dolores, de la iglesia de Santa Bárbara. Un extraordinario ejemplar de imaginería castellana de la primera mitad del siglo XVIII que representa a la Virgen con el Señor en los brazos, pocos momentos después del descendimiento de la Cruz.

Es tarea difícil realizar en pocas palabras una descripción de la suerte con que el autor logró modelar aquella figura, en que ella a pesar del inmenso dolor que la abruma, se sobrepone majestuosa-mente a sus sufrimientos y se coloca a la altura que corresponde a su misión de Madre del Redentor, mostrándolo yacente, como víctima propiciatoria de la humanidad. El Señor, a su vez otra auténtica joya colonial, de la cual tiene por qué enorgullecerse Antioquia, comparable sólo con las celebérrimas de un Juan de uní un Berruguete o un Juan de Mesa, puede afirmarse, sin temor a errar, no admite parangón en su género, en todo el país. El culto de esta advocación es antiquísimo en aquel templo y a su alrededor se estableció la Cofradía que llevaba su nombre, a semejanza de las de Sevilla, que tuvo su mayor apogeo durante la permanencia de los jesuitas en esta ciudad y contó con un importante patrimonio económico, que incluía un buen número de joyas, vinculadas en forma muy directa a la controvertida existencia de la entonces Diócesis de Antioquia. En efecto; cuando en 1873 fue restablecida la diócesis y posteriormente, en 1875, se procedió a separarla de la de Medellín, ésta aspiraba a que su jurisdicción llegara hasta la orilla derecha del río Cauca.

Fue entonces cuando la de Antioquia, para conservar esta porción,se desprendió de un juego de alhajas de la Virgen, que se contaban entre las más valiosas y aparecen detalladas en el inventario levantado el 2 de noviembre de 1796 (folio 157 del volumen correspondiente a los años de 1796 y 1797 de la Notaría Civil de esta ciudad) que al respecto dice: «Un resplandor o diadema de la Virgen con su espada y las potencias del Señor todo de oro y esmeraldas, con peso de 405 castellanos con 432 esmeraldas y 25 tachones grandes y la hoja de espada de plata». Sin embargo, como es de conocimiento público, entre los años 1915 y 1917 la Diócesis de Antioquia fue reducida a su más mínima expresión y perdió, entre otras, dicha porción de su territorio, que contra todo lo que aconseja la conveniencia general y una realidad evidente a todas luces, no ha podido ser reincorporada hasta el presente, pudiéndose aplicar con toda propiedad el adagio, de haberse quedado con el pecado y sin el género. Las que actualmente luce la imagen en la procesión del Jueves Santo, enviadas de Roma para reemplazar las anteriores, son de un bello acabado artístico y gran apariencia, pero desde ningún punto de vista tienen el valor y el mérito de las primeras.

La Virgen lleva en la procesión una especie de coro de ángeles, de la Escuela Quiteña, de tamaños, posiciones y aptitudes diferentes, algunos de los cuales portan las insignias de la Pasión, de plata que todos llevaban antiguamente, dándole mayor porte al paso y haciéndolo a su vez más cautivante a la atención. La Semana Santa ha sido mejorada últimamente con dos nuevas imágenes adquiridas en España, que son fiel reproducción de otras tantas allí existentes. La del Ecce Homo, réplica del llamado Cristo del Medinaceli que se venera en el santuario de su nombre en Madrid, liberada del fuerte de Mámora (África) durante lo más agudo de la lucha entre moros y cristianos, por lo cual se la llama también el Señor del Rescate. Su autor, Octavio Vicent Cortina, es el mismo artista de la del Señor Caído, del que se habló en un principio.

La otra es la Virgen de la Amargura, donada por don Darío Valenzuela Villa, obra del consagrado imaginero andaluz Luis Álvarez Duarte. Es el prototipo de la Madona sevillana, muy diferente, desde luego, de la castellana, en que ninguno como Álvarez Duarte es tan experto. Si a esto se agrega la gran consagración y gusto con que su donante la presenta, puede deducirse fácilmente la admiración que despierta cuando sale en las procesiones del Jueves y Viernes Santos. El amplio renombre de que gozan los mencionados escultores sirve para medir el valor del aporte artístico que aquellas imágenes representan para la Semana Santa antioqueña y así el público sepa apreciarlas en su debida forma.


VIERNES SANTO

Santo Sepulcro

Las dos procesiones del Viernes Santo, a diferencia de las anteriores, en que desfilan una gran cantidad y variedad de pasos, se caracterizan por el profundo sentido litúrgico que la Iglesia le infunde a aquel día. Ella se concentra, por decirlo así, acompaña al Señor desde el momento en que su suerte queda sellada con la sentencia mortal que pronunciara Pilatos y lo sigue de cerca, hasta ser crucificado, que ritualmente corresponde a la Procesión de Once, para más tarde, después de su muerte, completar el ciclo del vía crucis, con la del Santo Sepulcro. Ambas congregan una inmensa multitud, que con su muda presencia dan testimonio de fe en el Misterio de la Redención de Cristo, cuyas notas sobresalientes son el recogimiento y el fervor.

El Santo Sepulcro en que se lleva la imagen yacente del Cristo en la procesión de !a noche, es un sarcófago rectangular de madera policromada, de varias cuerpos superpuestos en forma de ondas, decorado con molduras y diseños vegetales dorados, sobre un fondo verde colonial. Su época corresponde más o menos a la misma del Señor, o un poco posterior a ella, es decir, de fines del siglo XVII o principios del siglo XVIII. La Soledad, de la Catedral, hace parte del conjunto de imágenes que integran el calvario traído de España hacia 1670 de que se ha hablado atrás. Es una bella imagen de la Escuela Castellana, que sale en varias procesiones. Por eso, mientras su cara acongojada, cuando desfila en la procesión del Santo Sepulcro, invita con Jacopone Datodí o Giovanni Battista Pergolesi a entonar el Stabat Mater Dolorosa. Domingo de Pascua, por derecho propio, personifica la inmensa alegría que despierta en la iglesia la Resurrección de Cristo.


SÁBADO SANTO


Virgen de la Soledad

El sábado en la tarde se celebra la procesión de la Soledad, que no tiene la tradición de las demás, pues sólo fue establecida hace relativa-mente pocos años. Es una procesión que no encaja en el ambiente de Pascua que se respira a esas horas, y salvo mejor opinión de las autoridades eclesiásticas, podría suprimirse.


DOMINGO DE PASCUA

Resucitado

En la de la mañana del Domingo de Pascua, muy corta por cierto, que se dirige de la iglesia de Chiquinquirá hacia la catedral, se presenta una de las mejores obras quiteñas de la Escuela de Caspicara: El Resucitado. Una imagen, en que el fino perfil de su cuerpo, la delicadeza de sus formas, la suavidad y tersura de su policromada piel, conforman una bellísima

Figura, cuya silueta irradia todo el poder y majestad del Cristo que acaba de obtener una victoria definitiva sobre la muerte. La que como en el célebre cuadro «Noli me tangere”, en que el Correggio maravillosamente plasmó la escena de aquel amanecer del Domingo de Resurrección, cuando en forma de hortelano se aparece a María Magdalena, también semeja, decía: «No me toques que aún no he ido a Mi Padre».

El carguero integra uno de los grupos que más activa participación toma en la celebración de la Semana Santa. Está compuesto en su gran mayoría por elementos jóvenes, de distintas capas sociales, que han heredado el barrote desde varias generaciones atrás, el cual llevan con orgullo y forma parte del patrimonio que habrán de dejar a sus hijos. El paso crea entre ellos un estrecho vínculo de honda raigambre social, que se hace sentir en todas las vicisitudes de la vida como una prueba diciente de solidaridad. El oficio de carguero es un arte que exige vocación, destreza y consagración, además de una dosis de paciencia y sacrificio. Por contemplar los pasos en las iglesias, por bellamente presentados que estén, ya que aquí como sucede en España, especialmente en Sevilla, es indispensable observarlos durante las procesiones, en que por el acompasado ritmo como los cargueros los conducen, en consonancia con la respectiva marcha que se ejecuta, el paso adquiere, en muchas ocasiones, un realismo verdaderamente impresionante. Es de elemental justicia hacer también mención del aporte que le dan el grupo de sahumadoras.

El sahumerio como parte del culto en general tiene una tradición legendaria, al mismo tiempo que un gran simbolismo. El incienso es propio del culto ofrendado a Dios y como muy bien lo dice San Mateo en el evangelio de la fiesta de Epifanía, los Reyes Magos le ofrecieron al Niño Jesús incienso como a Dios, oro como a Rey y mirra como a Hombre.

Esta devota costumbre se hace sentir al lado de determinados pasos y adquiere su mayor presencia en la procesión de Once, como máximo homenaje a Mi Padre Jesús. La música es elemento esencial en la Semana Santa, y contribuye en alto grado a darle mayor solemnidad. Así es evidente en la de esta ciudad. El antioqueño de antes gozó merecidamente de poseer especiales actitudes para las diferentes manifestaciones de aquel arte, como lo prueban las composiciones musicales que algunos autores dejaron para esta festividad, que ascienden a 13, unas más marciales, otras más cadenciosas y fúnebres, pero todas de gran selección, entre las cuales cabe anotar: Inmortalidad, Recuerdo, Motivo Número Uno y Tristeza, de Clímaco Toro Correa, y Adiós Madre Mía y Magdalena, de Leoncio Robledo. Hay, además, otra compuesta hace algunos años por el padre Germán Morales, llamada Viernes Santo, que goza de gran popularidad. Este marco se completaba con el Festival de Música Sagrada que se efectuaba durante los días Miércoles, Jueves y Viernes Santos. El Miserere es tal vez la última reminiscencia que muestra todo el esplendor litúrgico que revestía el rito toledano (llamado también apostólico, gótico o mozárabe) en los días santos. Su autor y su origen se pierden en la penumbra de los tiempos.

Pero una cosa sí es clara, su marcado ancestro oriental. Por eso quien haya tenido la oportunidad de escuchar en algún país musulmán, la voz de muecín, que desde lo alto del minarete de una mezquita convoca a la oración, no puede menos de sorprenderse al encontrar la asombrosa similitud que existe entre uno y otro cantos. Yo creo que si el Rey David resucitara y oyera la melodía con que se recita el Salmo 50, en que arrepentido de sus muchos pecados implora a Dios misericordia, con la autoridad musical que poseía, según lo afirma la Biblia, se daría por satisfecho y la aprobaría sin vacilar. Cabe agregar además que así como entre las muchísimas composiciones musicales de la Semana Santa sevillana, la muy famosa marcha de La Amargura, del célebre compositor Manuel Font de Auta, se considera como su himno oficial, de igual manera podría decirse lo mismo respecto del Miserere antioqueño.

En consecuencia, el Miserere, puede afirmarse, es el símbolo musical por antonomasia de la Semana Santa, al mismo tiempo que uno de los elementos constitutivos de la inconfundible identidad religiosa de la ciudad. Esta descripción quedaría incompleta si se omitiera la obra realizada por su junta organizadora, en buena hora creada por el excelentísimo señor arzobispo Eladio Acosta Arteaga, que en el transcurso de pocos años ha adelantado una extraordinaria labor en todos los frentes y ha logrado últimamente darle un merecido renombre, cada vez mayor, pudiéndose agregar que, gracias a ella, pasa por una de sus mejores épocas. Ha contado para ello con la activa colaboración de varias entidades, entre otras la de los mayordomos que emulan sanamente en la presentación artística de los pasos y la de los grupos de Scouts, tanto de Medellín como de Antioquia, que en su respectivo campo desempeñan una muy eficaz labor.


Trabajo Audiovisual sobre la importancia del carguero en la ciudad Madre