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Texto del discurso, pronunciado en elogio del héroe, por el doctor Germán Herrón Vargas, miembro correspondiente del Centro, en el acto solemne organizado por la corporación para conmemorar el segundo centenario del nacimiento del egregio patriota. (mayo 5 de 1991).
Cuando una persona, durante su existencia, ha sobresalido con tanta grandeza, que su obra amerita reconocimiento a través de todos los tiempos en ocasiones al historiar su vida, ante la falta ya de comunicaciones directas por la desaparición de varias generaciones y la imprecisión de algunos documentos, se presentan dudas sobre su lugar de origen y entonces, más por admiración y afecto que por otros intereses, varios lugares desean y reclaman contarlo entre sus hijos.
Es el caso del personaje que hoy nos ocupa, el Héroe invicto de la libertad ATANASIO GIRARDOT.
Por eso he creído conveniente, en forma breve, traer algunas notas que expliquen y justifiquen el hecho de encontrarnos congregados frente a esta legendaria casona para dejar a la sombra de sus alares un mármol que siga perpetuando ante propios y extraños, la memoria de tan insigne y meritorio hombre.
Doctor Germán Herrón Vargas
Don Luis Girardot Bressant nació en París en el año de 1750, hizo estudios sobre escultura y con esa actividad pasó algún tiempo en España; posteriormente, porque lo atraía también la minería, resolvió pasar a éste continente porque creía propicias sus colonias para ejercer esta actividad y llegó a Cartagena de Indias en 1780, pasó luego a Tunja donde contrajo matrimonio con doña María Teresa de la Rota, dama de alta alcurnia, pero mucho mayor que el y regresó a establecerse a Cartagena, donde, por motivos que no interesan, la abandonó para siempre y se vino a Medellín. En este lugar fue fuertemente cuestionado e increpado por éste y otros motivos, por el Procurador don Ignacio Uribe y por el Oidor Antonio Mon y Velarle y Cienfuegos y Valladares, visitador de la Provincia de Antioquia, quienes lo conminaron en 1789 a regresar al lado de su esposa, pero prefirió viajar a esta ciudad de Antioquia a exponerle su caso al Gobernador Francisco Baraya y la Campa. En esta ciudad conoció a la Sta. María Josefa Díaz Hoyos, hija del Regidor don Juan Antonio Díaz Mazo y de doña Magdalena de Hoyos Zapata y cuando se tuvo conocimiento y se comprobó el fallecimiento de su esposa, la requirió en matrimonio, ceremonia que se celebró el 11 de abril de 1790 en el templo parroquial, lugar que hoy ocupa la Basílica y se asentaron a vivir en esta residencia.
El historiador de historiadores, nuestro coterráneo, Miguel Martínez Villa, en su empeño de esclarecer el lugar de nacimiento de Girardot, alcanzó a dejar un testimonio que por las personas que lo motivaron es de forzosa obligación darle todo crédito. Se trata de un relato hecho por el Dr. José María Martínez Pardo, insigne médico y hombre de excepcionales virtudes, a su amigo y paisano Dr. Francisco Luis Ortiz, de lo que había oído de labios de una hermana del héroe.
«Fui muy amigo de la familia Girardot, cuando estudiaba en Bogotá y acostumbraba visitarla los domingos. Un día recayó la conversación sobre el cambio de residencia de Antioquia a Bogotá de dicha familia y haciendo alusión a las penalidades del viaje me dijo ella: Ha de saber usted que a mi madre no podía, por su estado delicado (pues estaba próxima a dar a luz) traérsela en cabalgadura y se resolvió que fuera conducida en silleta. En la noche del mismo día en que salieron de Antioquia nació Atanasio en predios de San Jerónimo y posteriormente llegaron a Medellín en donde lo bautizaron. El viaje fue sumamente penoso y de intranquilidad como usted puede suponérselo, pues los preocupaba la salud de mi madre y del niño».
Esto ocurría en la noche del 2 al 3 de mayo de 1791, es decir, a un año y un mes del matrimonio de sus padres.
La vida solo puede venir de la vida. No cabe pues duda alguna que desde la progénesis aquí se inició la vida del coronel Atanasio Girardot y se desarrolló su cuerpo y aparecieron sus signos vitales y latió su corazón con amor de patria y se formó su cerebro con ansias de libertad; aquí deambuló en vientre por estos amplios corredores y se nutrió de la savia y frutos de esta tierra y recibió la sombra refrescante de tamarindos y bienmesabes.
La vida del prócer Atanasio Girardot fue muy corta, pero estuvo apretujada de hazañas, de triunfos y de glorias.
A los 18 años se graduó de Jurisperito en los claustros del Rosario y pronto sintió la necesidad de unirse a la causa de la libertad y así lo hizo unido a otros jóvenes granadinos como fueron: Antonio Ricaurte, Luciano D’El Huyart, Hermógenes Maza, Francisco de Paula Vélez, José María Ortega. Joaquín París, entre otros.
Resulta muy difícil para mi, agregar algo nuevo a lo ya dicho sobre tan meritoria existencia, pero hay un hecho que siempre será digno de mencionar y hoy mayor razón cuando los símbolos patrios están tan olvidados o tenidos en forma tan indiferente, fue su entrañable amor al tricolor nacional, a nuestra bandera.
Para Girardot, bandera, patria y libertad se fusionaban en un solo objetivo: La razón de su vida. Fue siempre hombre de avanzada. Su coraje y la bandera así se lo exigían y cuando la empuño entre sus manos no la volvió a ceder a nadie. Impulsado por ella y como jefe de vanguardia abrió brechas y despejó de enemigos los caminos para el paso de los ejércitos libertadores. Envuelto en ella libró triunfó en una de las batallas más gloriosas de la emancipación, considerada como la batalla de lo imposible cuando se veía derrumbar la esperanza de libertad; la batalla sobre el Puente de Palacé, en 1811.
Enarboló su bandera triunfante en Carache y Agua de Obispo y después desde Cúcuta hacia Valencia y siempre como jefe de vanguardia entró en Guanare. Llamado expresamente por el Libertador, lo acompañó en la toma de Valencia, la cual quedó bajo su custodia.
Pero faltaba el drama supremo de su sacrificio. Cuando el Libertador, en muy difíciles circunstancias, pero empeñado en dar la libertad a Venezuela, resolvió sitiar a Puerto Cabello, no dudó en apoyarse en Girardot, pues era su hombre de confianza y le ordenó que con su grupo de Punta de Lanza atacara la cumbre del Bárbula donde estaba apostado el ejército realista al mando de Bobadilla. Era el 30 de septiembre de 1813. La misión era en grado extremo difícil y peligrosa, pero no dudó en acometer tal hazaña, sabía que iba a morir, pero llevaba la bandera entre sus manos y en nombre de ella pedía licencia al Todopoderoso como si quisiera cantar con notas de aleluya su martirio y así llegó a la cúpula agreste del Bárbula y allí bordó, con esos tres colores el altar de la libertad y esos colores se hicieron más vistosos porque se les unieron el sol que estaba cerca, el azul prusiano de los cielos y la sangre del héroe mártir.
Apenas cumplía 23 años. De él, si que se puede decir lo escrito por Bartolomé Mitre: «Nunca con menos se hizo más en tan vasto espacio y en tan breve tiempo».
El Libertador, Simón Bolívar, lloró su muerte, sabía que había perdido a su mejor soldado, a su hombre bandera; lo manifestó en su decreto de honores y lo corroboró acompañando su corazón desde Valencia a Caracas a lo largo de 40 leguas para depositarlo tras el altar mayor de la catedral.
Que bueno en este sentido homenaje, recordar una de las estrofas más disientes de nuestro himno:
En Bárbula no saben
las almas ni los ojos
si admiración o espanto
sentir o padecer.
Santafé de Antioquia, mayo 5 de 1991.