Escritos de Juan Martínez Villa sobre la Semana Santa
«el Señor montado en la burra, un conjunto escultórico que infunde imponencia y simpatía, formado por el Señor que hace parte del Apostolado, del que se hablará más adelante, y la burra, tallada en madera pintada, obra de Juan Bautista Osorio, de fines del siglo pasado, quien debía no sólo saber de escultura, sino también de razas equinas, por la habilidad con que fue ejecutada. Es tradición, con muchos visos de verdad, que anteriormente el Señor salía sobre el lomo de una acémila de carne y hueso, que en alguna ocasión hizo una de sus necesidades corporales en plena catedral, ante el estupor de la concurrencia, lo cual dio ocasión a su relevo y que se adoptara la forma que hoy subsiste.»
Juan Martínez Villa
«la imagen del Señor Caído embarga toda la atención y es objeto de especial devoción, que se remonta a muchos años atrás. La magnífica imagen traída de España hacia 1745, por el padre Josephs de Guzmán, fue destruida en el incendio de la iglesia, en 1970. Era un típico ejemplar de la Escuela de Martínez Montañez, de rostro ensangrentado y jadeante, cuyo cuerpo vencido bajo el peso de la cruz producía un gran impacto a cualquier observador, por desprevenido que fuese. La actual fue ejecutada por el conocido escultor español Octavio Vicent Cortina, catedrático de la materia en la Universidad Central de San Carlos (Madrid) y autor de célebres obras, no solamente en España, sino también en otros países europeos. «
Juan Martínez Villa
«La Peña, como generalmente se le conoce, sentado, con una caña en las manos que remeda irónicamente un cetro y ha sido objeto de toda clase de escarnios, permite apreciar hasta qué grado de maestría llegó el barroco para reproducir tan fielmente aquel instante de absoluta desolación en que por encima de su cuerpo y rostro lacerados, se adivina la infinita grandeza del Hijo del Hombre. «
Juan Martínez Villa
«el paso del Apostolado, es decir, de la Ultima Cena, que consta de 13 imágenes de tamaño natural, el Señor y los 12 apóstoles, sentados alrededor de la mesa en el momento en que el Divino Maestro instituyó el Sacramento de la Eucaristía, eje de irradiación del culto católico. Es el grupo escultórico más importante que existe en el país, casi completamente desconocido y una de las mejores expresiones de la alta calidad alcanzada por la imaginería quiteña en el siglo XVIII. Un paso que a sus grandes proporciones, se suma el abigarrado atuendo de los vestidos de las imágenes, cuyas capas movidas por el viento le dan una gran vistosidad. Fue donado a la ciudad de Antioquia por la municipalidad y cuenta la tradición que ante el incumplimiento del artista en terminar la obra, se dio orden de llevarlo a prisión, a fin de que forzosamente la concluyera en la cárcel, en venganza de lo cual, para sorpresa de todos, le acomodó a Judas el rostro del gran oidor.»
Juan Martínez Villa
» la Virgen de la Amargura, donada por don Darío Valenzuela Villa, obra del consagrado imaginero andaluz Luis Álvarez Duarte. Es el prototipo de la Madona sevillana, muy diferente, desde luego, de la castellana, en que ninguno como Álvarez Duarte es tan experto. Si a esto se agrega la gran consagración y gusto con que su donante la presenta, puede deducirse fácilmente la admiración que despierta cuando sale en las procesiones del Jueves y Viernes Santos. «
Juan Martínez Villa
«En la de la mañana del Domingo de Pascua, muy corta por cierto, que se dirige de la iglesia de Chiquinquirá hacia la catedral, se presenta una de las mejores obras quiteñas de la Escuela de Caspicara: El Resucitado. Una imagen, en que el fino perfil de su cuerpo, la delicadeza de sus formas, la suavidad y tersura de su policromada piel, conforman una bellísima figura, cuya silueta irradia todo el poder y majestad del Cristo que acaba de obtener una victoria definitiva sobre la muerte. La que como en el célebre cuadro «Noli me tangere”, en que el Correggio maravillosamente plasmó la escena de aquel amanecer del Domingo de Resurrección, cuando en forma de hortelano se aparece a María Magdalena, también semeja, decía: «No me toques que aún no he ido a Mi Padre». «
Juan Martínez Villa
El carguero integra uno de los grupos que más activa participación toma en la celebración de la Semana Santa. Está compuesto en su gran mayoría por elementos jóvenes, de distintas capas sociales, que han heredado el barrote desde varias generaciones atrás, el cual llevan con orgullo y forma parte del patrimonio que habrán de dejar a sus hijos. El paso crea entre ellos un estrecho vínculo de honda raigambre social, que se hace sentir en todas las vicisitudes de la vida como una prueba diciente de solidaridad. El oficio de carguero es un arte que exige vocación, destreza y consagración, además de una dosis de paciencia y sacrificio.
Juan Martínez Villa